lunes, 19 de septiembre de 2011

El gato Pérez


El gato Pérez era chiquito pero valiente. Tenía ese nombre porque una vez se había peleado con otro gato más grande. El gato grande le había dicho que era tan chiquito que parecía el ratón Pérez. Y aunque ganó la pelea, igual le quedó el nombre: gato Pérez.

El gato Pérez vivía en la calle, debajo de los autos y en las casas abandonadas. Comía lo que la gente dejaba en las bolsas de basura y de vez en cuando el carnicero de la esquina le daba un pedazo de salchicha. En las noches de frío se metía dentro de un medidor de luz vacío y en las mañanas cálidas se desperezaba en la vereda. Al gato Pérez le encantaba tomar sol, buscar huesos de pollo y oler todo lo que se le ponía cerca. Pero no le gustaba nada el perro de la casa de ventanas verdes, ni la vecina que lo espantaba con la escoba.

Una noche, el gato Pérez estaba en la vereda cuando oyó que alguien decía:
—¡Mami, mirá qué lindo gatito! ¡Vamos a llevarlo a casa!
—Bueno, Guido, si te gusta lo llevamos.

Unas manos lo levantaron de la vereda y lo llevaron en el aire hasta el interior de una casa. Esas mismas manos lo pusieron sobre una alfombrita y le acercaron un plato de leche.
—¡¡¡Uffff!!! —pensó el gato Pérez—. ¿Esta gente sabrá que a mí me gusta más la salchicha?

Al día siguiente, todo fue peor. Guido le tiraba de las orejas y de la cola, lo montaba a caballito y lo alzaba patas arriba como si fuera un osito de peluche.
—¿Cómo les explico que todo esto me cansa mucho? —pensaba el gato Pérez mientras se imaginaba cómo volver a la calle.

Pero, por esa noche, decidió quedarse en la casa. Como los gatos pueden ver en la oscuridad, Pérez entró en la habitación de Guido y algo le llamó la atención. El nene estaba con los ojos muy abiertos y tenía cara de miedo. Entonces, el gato saltó arriba de la cama y se le puso muy cerca.

De a poquito, Guido empezó a rascarle la cabeza y Pérez empezó a ronronear. Rasca que te rasca y ronronea que te ronronea, a Guido se le pasó el miedo y se quedó dormido.

Después de esa noche, más que amigos se hicieron inseparables. Guido dejó de tirarle de las orejas y de la cola. Ahora, Pérez come alimento balanceado especial para gatos pero de vez en cuando la mamá le pone un poco de salchicha.

A veces, el gato Pérez extraña la calle y oler los huesos de pollo de los tachos de basura. Entonces, se va por los techos y vuelve un rato después con el morro todo arañado. Pero le gusta muchísimo acostarse en la cama de Guido por las noches. Se hace un montoncito a su lado mientras se lame durante un rato largo. Y lo bueno es que Guido ya no tiene miedo.

Cuento de Graciela Pérez Aguilar.
Foto: Pelusa.

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