domingo, 18 de septiembre de 2011

El loro del pirata


El pirata Barbasucia tenía un loro muy inteligente llamado Flint. A veces, el loro escuchaba las conversaciones de los marineros en la taberna del puerto y después le contaba a su patrón los chismes sobre tesoros ocultos. También sabía leer mapas y reconocía las amenazas de tormenta. Cada vez que el mar estaba dudoso, se paraba en la punta del palo mayor y estiraba las alas en la dirección del viento. De vuelta sobre el hombro de Barbasucia, le decía al oído:
— Viene un huracán desde las Bermudas. En doce horas se nos van a volar las plumas. Mejor entremos en aquella bahía.

Barbasucia le hacía caso y su nave escapaba del temporal mientras todas las demás se hundían como piedras.

Gracias al ingenio de Flint, el pirata y sus hombres habían reunido un tesoro de monedas de oro sin necesidad de pelear. Por eso, y porque tenía buen corazón, Barbasucia quería mucho a su loro.

Una tarde, mientras el pirata tomaba fresquito en la cubierta del barco, Flint se paró sobre su hombro y le dijo:
— Capi, me parece que sería bueno esconder el tesoro en bsss… bsss… bsss…. Pero después tiene que poner la piedra y bsss… bsss…. bssss.

Trabuco, el contramaestre del barco, alcanzó a escuchar algo de la conversación, pero no pudo entender todo. Sin embargo, la palabra “tesoro” le resultó clarísima. Y enseguida pensó que ese secreto le iba a interesar mucho al feroz Parchenegro, el peor enemigo de Barbasucia. Hacía tiempo que el contramaestre quería unirse al malvado bucanero y una noticia como ésa era una buena carta de presentación.

Cuando llegaron a puerto, ni lerdo ni perezoso, Trabuco corrió a la taberna y le contó todo a Parchenegro..La mención del tesoro hizo pegar un salto al siniestro pirata, que tiró todo el ron por el piso. Pero después de llenar nuevamente su vaso, le preguntó al contramaestre:
—. ¿Qué me propones y qué pides a cambio?
— Bueno, capitán… Por cincuenta monedas de oro puedo traerle al pajarraco. Y usted me deja formar parte de su tripulación.
— ¡Trato hecho!

Barbasucia y Flint estaban siempre juntos y pasaron muchos días hasta que Trabuco encontró la oportunidad. En un descuido del capitán, el traidor contramaestre entró en su camarote, metió a Flint en una bolsa y corrió a llevárselo a Parchenegro.
— Vamos a ver si este plumífero nos revela su secreto — dijo el pirata mientras lo desembolsaba y lo ponía sobre una percha.

Y allí se quedó el pobre loro, más verde todavía del susto, mirando cómo Trabuco recibía sus cincuenta monedas de oro y salía por la puerta de la cabina.
— Ahora, vas a contarme todo o te convierto en sopa de loro. ¿Dónde está escondido el tesoro? —le dijo Parchenegro cuando se quedaron a solas.

Flint trató de ganar tiempo y, como el miedo lo había vuelto medio poeta, canturreó con voz finita:
— El tesoro del pirata
está en un cofre de lata.
Tiene monedas baratas
y un montón de garrapatas.
— ¡Ahhhhhhhhh! Aquí hay un loro que se cree muy vivo pero va a terminar muerto — dijo Parchenegro, y lo agarró del pescuezo haciéndole volar varias plumas por el aire.

El horno no estaba para bollos y Flint comprendió que no tenía escapatoria. Entonces dijo:
— El tesoro del pirata
está en la mina de plata,
detrás de la catarata,
bajo una piedra chata.
— ¡Ya era hora — exclamó Parchenegro.

Entonces, reunió a todos sus hombres y partieron, llevando a Flint, hacia la vieja mina de plata abandonada. Una vez allí, buscaron la entrada secreta que solamente el loro y Barbasucia conocían. Estaba escondida detrás de una caída de agua cercana y por ahí entraron Parchenegro y sus secuaces. Entonces, el malvado capitán soltó al ave.
— ¡Ahora, muéstranos dónde está el tesoro! — le gritó.

Flint voló hasta una piedra chata que estaba en la parte de arriba de la galería, se paró sobre ella y dijo:
— Quiten esta piedra chata,
que está abajo de mis patas.
Aquí, sin más perorata,
está el oro del pirata.

Lo hombres se abalanzaron hacia la piedra y empezaron a quitarla de su lugar, mientras el loro escapaba buscando la salida. Pero, justamente, esa piedra sostenía la viga principal del techo y todo comenzó a desplomarse. Una montaña de tierra y escombros cayó sobre los bucaneros, tapándolos sin remedio.

Desde la rama más baja de un árbol cercano, fuera de la mina, Flint escuchó el estruendo y las maldiciones mientras seguía canturreando:
— ¿Dije el oro del pirata?
Quise decir, sin más data
que sobre la piedra chata
está el loro del pirata.

El loro esperó hasta asegurarse de que los enemigos de Barbasucia y el secreto de su tesoro estuvieran bien guardados Después, voló muy contento hacia la costa para reunirse con su querido capitán y emprender juntos nuevas aventuras por los azules mares del Caribe.

Cuento de Graciela Pérez Aguilar.
Foto: Guacamayo.

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