lunes, 5 de septiembre de 2011

Un perro de raza


Merlín llegó a la casa de Sofía una noche de tormenta. Un muchacho lo traía metido adentro de la campera para resguardarlo de la lluvia.
—¡Sofi, mirá quién llegó! —dijo la mamá mostrándoselo a la nena.
—Es el cachorrito de labrador que querías —dijo el papá. Y agregó orgulloso —. Es un labradorcito de pura raza...

Sofía alzó a Merlín con mucho cuidado y le acarició el morro mojado. Fue amor a primera vista. Merlín era negro como la noche y brillante como una estrella. Solamente tenía como detalle una corbatita blanca en el medio del pecho. Cuando le pusieron un plato de leche, ensopó primero las patas, después el hocico y finalmente las orejas, pero se la tomó hasta la última gota.

Después vino la primera noche. Los papás de Sofi habían decidido no malcriarlo y por eso le pusieron un recorte de frazada como cuchita al lado de la cocina. Pero Merlín gimoteó a las doce, lloró a la una, ladró a las dos, aulló a las tres y tiró la maceta del malvón a las cuatro de la mañana. Al día siguiente, el papá se fue a trabajar muerto de sueño.
—No importa —dijo la mamá mientras bostezaba preparando el desayuno —. Ya se va a acostumbrar a vivir con nosotros.

Y Merlín se acostumbró. Lloró un poquito las tres noches siguientes y después durmió como un tronco. Así pasaron los días y las semanas. Sofía jugaba con él despacito, como le habían dicho, para no lastimarlo. Lo miraba comer la carne picada con el zapallito y le tiraba una pelota de goma para que se la trajera.
—Este perro es un santo —les decía la mamá a sus amigas. Además, se lleva bárbaro con Sofi.

Sin embargo, algo pasó a los tres meses. En lugar de crecer a lo alto, Merlín creció muchísimo... a lo largo.
—Este perro crece raro —comentaba el papá. No se parece a las fotos del libro de perros labradores que compramos.
—Dale tiempo —decía la mamá. A lo mejor después cambia.

Y Merlín cambió, pero no como pensaba la mamá. Se puso cada vez más largo, con las patas cada vez más chuecas y las orejas cada vez más caídas. Mientras tanto, Sofía y él jugaban todo el día a las escondidas, a tirar y traer palitos, a rascar la panza y a muchas cosas más. Pero una noche, Sofi escuchó desde su habitación una discusión de sus papás.
—¡Te dije que este perro crecía raro! —decía el papá enojado —.¡Miralo, parece una salchicha negra! ¡No es un labrador!
—Tenés razón, me parece que nos estafaron —contestaba la mamá.
—¡Voy a llamar al pibe que nos lo vendió! —finalizó el papá.

Al día siguiente, a la noche, volvió el muchacho de la campera. Los papás lo esperaban furiosos y hablaron con él en la cocina.

—¡Me vendiste un perro que no es de raza! —gritaba el papá.
—Nos cobraste un montón de plata por un perro trucho —agregaba la mamá.

Sofía estaba sentada en una silla y Merlín, acurrucado entre sus pies. Los dos se sentían muy asustados. Finalmente, el muchacho dijo:
—Bueno, yo no tengo la culpa pero si quieren voy al criadero y se lo cambio por otro de raza.
—¡Me parece muy bien! —dijo el papá —.Ya mismo te lo llevás y nos traés otro perro como la gente.

En ese momento, Merlín pidió upa, y Sofía se lo subió a la falda y lo abrazó.
—No quiero que se lo lleven —dijo Sofi con vos finita—. Merlín es un perro “raza merlín”. Los perros merlín son así, petisos, negros y largos —Y después, se le empezaron a caer las lágrimas.

¿Cómo termina esta historia? Finalmente Merlín se quedó con Sofía y su familia. Hoy sigue siendo un perro negro como la noche, largo como la esperanza, petiso como un banquito y muy inteligente. Algunos expertos dicen que es una mezcla de labrador y batata, lo que seguramente es cierto. Pero él y Sofía saben que cada uno es lo que es, y eso es más que suficiente para ser feliz.

Cuento de Graciela Pérez Aguilar.
Foto: Esta es la foto del verdadero Merlín que inspiró esta historia.

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