sábado, 3 de septiembre de 2011

La telaraña del amor


A la tenue luz del amanecer, la anciana vigila el sueño inquieto de su hijo, el bravo guerrero Ñanduguazú. Ella sabe que su corazón sufre por el amor de la hermosa Sapurú, por quien también suspiran la mayoría de los jóvenes de la tribu. Escuchó que la joven les propuso un desafío a sus muchos pretendientes. El que le lleve el regalo más bello tendrá un lugar junto a ella. La anciana conoce los misterios del monte, de los seres humanos y de los invisibles. Durante meses ha realizado toda clase de hechizos y oraciones para que su hijo se libre de ese sentimiento que le consume las fuerzas. Pero entiende que será muy difícil.

Ya es mediodía y la anciana apantalla el fuego donde se cocina la yuca. En las espirales del humo, ve la imagen de su hijo. Ve que, desesperado, Ñanduguazú recorre el monte en busca de plumas tornasoladas o flores iridiscentes para regalarle a su amada. De pronto, el guerrero encuentra, en el hueco de un árbol, una tela maravillosa. Es como un encaje de plata tejido por la araña que habita en él. Pero, ¿qué sucede? La madre se concentra en el humo para ver más clara la escena y presencia la llegada de Yasyñemoñaré, el rival de su hijo. También él ha descubierto el encaje y quiere llevárselo a Sapurú. Horrorizada, la madre ve cómo los dos hombres luchan con todas sus fuerzas por el maravilloso regalo. Pero Ñanduguazú es más fuerte. Sus brazos rodean como una tenaza poderosa el cuello de del rival, que se derrumba sin vida en el suelo.

Cae la tarde cuando la anciana ve volver a su hijo del monte. Contempla la tristeza y el remordimiento que nublan sus ojos. Ha matado a uno de su pueblo. Y, para colmo, al tomar entre sus dedos la extraordinaria tela de plata, ésta se ha deshecho en un montoncito de hilos de baba. Abatido, Ñanduguazú le cuenta a su madre la historia que ella ya ha visto en el humo y le pide que lo ayude.

Comienzan a aparecer las primeras estrellas cuando el guerrero y su madre regresan al monte, al árbol donde la araña teje su tela incansablemente. A la luz de unas antorchas, la anciana observa con atención el trabajo del animalito mientras su hijo duerme, agotado por la pena.

Y cuando el lucero del alba anuncia la madrugada, la madre arranca algunas canas de su larga cabellera trenzada y comienza a tejerlas. Sus dedos sabios van y vienen reproduciendo los mismos movimientos que le ha visto hacer a la araña.

Ya es de mañana cuando Ñanduguazú se despierta y ve, en las manos de la anciana, un encaje plateado que, esta vez, no se deshace al tocarlo. Loco de alegría lo toma y corre a regalárselo a la hermosa Sapurú. Mientras tanto, la madre, que se ha quedado junto al árbol, comienza a cantar una oración por el alma de Ñanduguazú, el rival muerto. Y, mientras canta, piensa en el terrible precio que pagan estos jóvenes por dejarse atrapar en la telaraña del amor.

Muchos tiempo después, cuando las hábiles tejedoras guaraníes labren el ñandutí, el “blanco de araña”, evocarán, aun sin saberlo, esta antigua leyenda

Leyenda paraguaya.
Versión de Graciela Pérez Aguilar.
Foto: Internet.

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