miércoles, 31 de agosto de 2011
La pajarita Azul
La pajarita Azul sabía imitar a una foca. Lo descubrió una tarde, cuando se echó sobre la panza, bajó las alas, las golpeó una contra otra e hizo con el pico un ruido que sonaba como:
- Errrjjjjk, errrjjjk.
- ¡Qué bárbara! – exclamó un cangrejo que venía caminando de costado por la playa -. ¡Qué bien te sale la foca!
Desde ese momento, cuando al atardecer se armaba alguna reunión de bichos a la orilla del mar, siempre aparecía el pedido:
- Azul, dale, hacé la imitación.
Hasta las mismas focas se la pedían y después aplaudían:
- ¡Miren cómo imitamos a Azul imitándonos. Errrjjjjk, errrjjjk.
La voz se fue corriendo y muy pronto llegó a oídos del cuervo Luto, un pájaro de mal agüero que tenía tarjeta de representante artístico.
Una tarde, cuando Azul acababa de hacer su imitación, Luto se le acercó con cara de circunstancias, esperó a que todos se hubieran ido y le dijo engolando la voz:
- Ejem…. ¿Nunca pensaste en aprovechar ese talento natural?
Azul lo miró sorprendida. ¿Aprovechar? ¿Talento? Si eso era un juego para divertir a sus amigos.
- Pero mi querida… - continuó Luto -, con esa habilidad ya te veo presentándote en todo el circuito de la costa atlántica. Imaginate los carteles y las banderas: “Azul, la pajarita maravillosa”. Un insólito espectáculo”. La gente aplaudiendo a rabiar. Los pedidos de autógrafos. Y después, ¡las giras por el mundo entero!
Ahí sí que a Azul se le abrieron grandes los ojos. Siempre había soñado con viajar por el mundo. Astuto, Luto se dio cuenta de que ése era el punto débil de la pajarita e inmediatamente sacó un contrato de abajo del ala.
-¡Firmalo y el mundo será tuyo!
Y Azul lo firmó. Sin leerlo.
- A partir de mañana, empezamos a armar el espectáculo. No te acuestes tarde que hay que madrugar. Y nada de comer mucho, que eso engorda. Y nada de volar demasiado, que eso cansa. ¡Ah! Y desde ahora, ni se te ocurra volver a hacer la imitación gratis para tus amigos…
- ¿Cómo? – exclamó la pajarita - ¿Ni para mis amigos?
- ¡Para nadie! Eso figura en el artículo uno del contrato que acabás de firmar.
“Bueno”, pensó Azul tratando de consolarse, “Por lo menos voy a conocer el mundo”.
A la mañana siguiente llegó tempranísimo al lugar más apartado de la playa y encontró a Luto impaciente, parado junto a una tarimita de madera.
- ¡Tres minutos tarde! ¡Bueh… por ser la primera vez, te voy a perdonar la multa que figura en el artículo veintiséis del contrato! Vamos a trabajar. Ponete estas plumas.
- Pero si ya tengo… ¿Para qué quiero más?
- Es el negocio del espectáculo, nena. Así te van a ver mejor los que estén en el superpullman. Y pintate ese pico, que está muy pálido. Nadie quiere ver a una pajarita demacrada.
Los ensayos comenzaron, pero sin público no era lo mismo. ¡Más gracia en el movimiento de las alas! ¡Afiná mejor el sonido de la foca! ¡Mantené la cabeza erguida! A las seis de la tarde, a Azul le dolían hasta las uñas y estaba completamente afónica. Se fue arrastrando las patas y, mientras se arrebujaba en su nido, volvió a pensar que por lo menos iba a conocer el mundo e instantáneamente se durmió.
Los días siguientes fueron parecidos pero con más dificultades.
- ¿Para qué es ese trapecio?
- ¡Para que hagas otras pruebas, nena! ¿O creés que solamente con lo de la foca vamos a armar un espectáculo? ¡El público quiere acción, emociones, peligro!
Pero a la vigésima vez que Azul se cayó tratando de dar la vuelta completa al trapecio agarrada del pico, Luto se dio cuenta de que así iba a perder a su estrella exclusiva y eliminó el acto. Lo mismo pasó con el cañoncito a resortes, la catapulta de cañas y la zambullida en el dedal de agua.
- ¡Me estás sacando plumas verdes! – graznaba Luto furioso - ¡Me vas a llevar a la ruina! ¡Ustedes las divas son imposibles!
Y cada noche, la pajarita llegaba a su nido, se frotaba las alas doloridas y apenas alcanzaba a pensar: “Bueno… por lo menos voy a conocer…”, antes de quedarse dormida.
Pero una de esas noches, Azul soñó un sueño maravilloso. Volaba por el mundo, sobre océanos encrespados y valles profundos, alrededor de volcanes encendidos y ciudades resplandecientes. Volaba por playas doradas y bebía el agua helada de los ríos de montaña. Cuando se despertó, supo lo que tenía que hacer.
Por eso, cuando el cuervo Luto llegó esa mañana la playa, se encontró a la pajarita rodeada de sus amigos, haciendo la imitación de la foca.
- ¡¿Pero qué es esto?! ¡El artículo uno del contrato…! ¡Las multas!
- ¿Con qué se las vas a cobrar? ¿Le vas a embargar el nido? – le dijo furioso el cangrejo, mirándolo de costado -. Si ella puede hacer su nido en todas partes… ¡Ya mismo te vas de acá o vas a probar el gusto de mis pinzas.
Y, de a poco, todos los amigos de Azul se fueron acercando amenazantes, ante lo cual Luto, que en el fondo era un cobardón, levantó vuelo y se perdió en el horizonte para nunca más volver.
- ¿Qué te hizo cambiar de idea, pajarita? – le preguntó después una de las focas.
- Bueno…- dijo Azul -. Lo que yo quería más que nada era conocer el mundo. Pero anoche lo soñé y me di cuenta de que ya lo conozco. Está aquí – y se señaló la cabeza -. Y aquí – y se señaló el corazón – Y aquí – y señaló a sus amigos -. No hace falta ir más lejos.
- ¡Bien, Azul! ¡Tres hurras por Azul! ¡Pajarita ídola! – gritaron todos, y después agregaron al mismo tiempo:
- ¡Dale, hacé la imitación!
Cuento de Graciela Pérez Aguilar.
Foto: Internet.
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Bellísimo
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