martes, 30 de agosto de 2011
La curandera Curubandá
¡Las leyendas son historias extrañas! Transforman el amor en odio y el odio en amor. Convierten a los seres humanos en ríos y derriten las montañas. Hacen de las flechas, pájaros y del oro, barro. Pero pocas leyendas amasan tanto el dolor y lo convierten en compasión como la historia de la bella Curubandá.
Cuenta la leyenda que la princesa Curubandá amaba al príncipe Mixcone, jefe de una tribu enemiga. Pero su padre, el cacique Curubandé, no podía permitir ese amor, ni tampoco sus frutos. Enfurecido, apresó al príncipe y lo arrojó en la boca hirviente del volcán, a cuya sombra se levantaba el pueblo.
Cuando se enteró del crimen, Curubandá huyó enloquecida hacia el cráter ardiente y arrojó también a su hijo recién nacido. ¿Por qué hizo algo tan terrible? Quizás porque el dolor la cegaba. O por una venganza extraña. O para que el pequeño se reuniera con su padre y descansara eternamente en su regazo.
Luego, la princesa se tiznó el rostro con carbón, cambió sus ropas de fina tela por andrajos y se refugió para siempre en las cumbres del volcán donde dormían sus seres amados.
El cacique Curubandé ordenó que no la buscaran y así pasó el tiempo. De vez en cuando, algún viajero la veía, con los cabellos enmarañados y hablando sola por los senderos de la montaña. Poco a poco, su recuerdo se convirtió en un cuento que se narraba en secreto a la luz de los fogones.
Sin embargo, la princesa solitaria comenzaba a transformar su corazón, atravesado por la locura y el dolor. Con el correr del tiempo, dejó que el agua de lluvia lavara su terrible tristeza. Aprendió de los arroyos a soltar sus amargos pensamientos. Aprendió de las nubes a seguir adelante llevada por el viento. Y, lo más importante, aprendió que en la estación de las lluvias renace todo lo que ha muerto en la estación de la sequía. Los pájaros le enseñaron las artes del nido. Las arañas, la belleza de sus telas. Y todos los animales de la montaña le enseñaron que la vida era más fuerte que la muerte.
Lo más difícil ya había pasado y Curubandá eligió seguir aprendiendo para poner alivio donde hubiera dolor. Las plantas y las hierbas le revelaron sus secretos sanadores. La ceniza del volcán, sus propiedades curativas. Los ríos, las virtudes de las raíces que bebían sus aguas. El viento entre las hojas, las canciones que tranquilizaban el corazón.
Así, la bella princesa envejeció lentamente, creciendo en años y sabiduría. Y los lugareños comenzaron a visitarla para remediar sus males. Atendía a los niños con fiebre y a las ancianas con huesos doloridos. Curaba las heridas del cuerpo y del alma con hierbas o con palabras. Cuando la gente iba a verla, decía: “Voy donde la vieja del rincón” o “voy para el rincón de la vieja”, aludiendo a lo remoto de su morada. Y así se conoció en adelante ese lugar, como el Rincón de la Vieja.
Nadie sabe qué fue de ella después, si murió o se convirtió en parte del lugar que le había enseñado a vivir. Lo cierto es que todos afirman que el espíritu de “la vieja que cura” susurra todavía en los densos bosques que abrazan la cima del volcán.
Leyenda de Costa Rica.
Versión de Graciela Pérez Aguilar.
Foto: Volcán Rincón de la Vieja, Costa Rica. Tomada del sitio Alertatierra.
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Triste y dolorosa historia q se repite aun en nuestros dias en cuanto a los padrrs q no admiten los amores de sus hijas
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