miércoles, 31 de agosto de 2011

La adivina del caracol


Largo tiempo han padecido los huancavilcas el yugo de los Incas. Son gente del mar y la pelea. Soportan la invasión pero no se acostumbran. Y ahora, para colmo, vendrá a visitar el poblado costeño nada menos que Atahualpa. Dicen que el gran emperador solar viene a consultar a la adivina del caracol. A la Posoria.

Cuando los pobladores de la costa hablan de la Posoria, lo hacen en voz baja. La anciana vidente vive en una casucha apartada. De su puerta salen humos de hierbas quemadas y sonidos de huesos. Cuando camina encorvada por los senderos, la gente cree ver sombras sobre su cabeza. Y su mano flaca siempre aferra el caracol transparente, labrado por las olas, que pende de su cuello.

Cada uno cuenta su historia de una manera diferente. Algunos dicen que llegó del mar cuando era niña, en una balsa de madera. Otros dicen que tenía la piel blanca y se le fue oscureciendo con el sol y la intemperie. Los más viejos afirman que venía envuelta en unas delicadas telas de algodón con extraños dibujos. Y que ya tenía el caracol colgado del cuello.

La buena gente del poblado la adoptó y fue creciendo, extraña, solitaria, como de otro mundo. Un día dijo: “Viene el agua grande”, y una creciente desbordó los ríos llevándose animales y forrajes. Otro día dijo: “Viene fuego del cielo”, y la tormenta incendió con centellas los techos de paja de toda la aldea. Así empezó su fama de adivina.

Tan grandes fueron los rumores del poder de la Posoria, que el mismísimo Huayna Capac, emperador del Sol y padre de Atahualpa, fue a consultarla creyendo que la enviaba el supremo dios Pachacamac. Pero el Inca salió de la casucha pálido y sudoroso. “Te comerá la fiebre y correrá la sangre entre tus hijos”, le había dicho entre dientes la mujer. Y el vaticinio se cumplió.

Pero Atahualpa se cree más valiente que su padre y ahora va a visitarla para que le prediga la victoria sobre su hermano Huáscar porque, efectivamente, la sangre ha corrido entre ellos.

Llega el Inca con su cortejo. Brillan bajo el sol de la mañana las ricas vestiduras de algodón y ondean los mantos de alpaca. Relucen las orejeras y los alfileres de oro, plata y cobre. Flamean las plumas multicolores sobre el tocado del monarca mientras baja por el sendero que lleva a la casucha más alejada y más pobre.

Cuando descorre con la mano la cortina que tapa la entrada, la oscuridad lo ciega. Apenas puede divisar el bulto de la anciana, sentada junto al fogón. Ella mantiene su cara oculta bajo su túnica rotosa porque sabe que muy pocos pueden mirar a la verdad de frente.

“Vencerás a tu hermano”, le dice la Posoria. Y el Inca sonríe satisfecho. “Pero será por poco tiempo”, agrega ella, y continúa, “¡Guárdate de los hombres blancos, de los que llevan barba! Porque traerán fuego y cadenas y muerte para ti y para tu mundo”.

Atahualpa deja unos objetos de oro en el suelo y sale de la choza. Les comenta a sus seguidores: “Esta mujer dice cosas sabias, pero también tonterías”.

Y mientras el Inca vuelve al corazón de su imperio, la Posoria masculla para sí: “Mi trabajo ha terminado”. Se envuelve más apretadamente en su manto y camina hasta la orilla del mar. Allí quita el caracol de su cuello y sopla en él un sonido débil, agudo, prolongado. Y los que la miran de lejos ven, azorados, que el mar se hincha como un animal desperezándose. Y ese animal azul se convierte en una ola gigantesca que salta lentamente sobre la adivina.

Cuando la ola regresa al lugar de donde vino, sobre la playa no quedan más que arena, algas y una miríada de caracoles finamente labrados.

Leyenda ecuatoriana.
Versión de Graciela Pérez Aguilar.
Foto: Caracol - Internet.

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