martes, 8 de noviembre de 2011

La sirena del Tuira


—¡No vayas a bañarte a la isla del Tuira que hoy es Viernes Santo! —le habían dicho los amigos a Ramón, el joven pescador.

Ramón y sus amigos conocían la leyenda de la isla. Muchas veces, las abuelas les habían contado la historia del inmenso pez que entrara hacía añares por la desembocadura del río Tuira. Y de cómo llegó gente desde los poblados cercanos para rodearlo con sus canoas. Querían atraparlo para tener comida fresca y trenzaron grandes lazos de cuero. Con esos lazos lo ataron por la cola a un enorme árbol de la costa e intentaron cortarlo en pedazos. Pero el dolor enfureció al monstruoso animal, que empezó a dar saltos y coletazos tan fuertes que arrancó el árbol como si fuera una hoja de hierba.

Con el árbol todavía atado a la cola, el pez nadó hacia el mar, pero se atascó en el cauce del río y allí se quedó para siempre. Pasó el tiempo –decían las abuelas- y sobre su cuerpo creció el musgo. Más tarde se cubrió de plantas, arbustos y hasta arboledas frondosas. Parecía una isla y, desde entonces, todos la llamaron la isla del Encanto. Las aguas del río se arremolinaban a su alrededor y era peligroso nadar en ellas. Y, por alguna razón, la gente empezó a creer que era más peligroso en Viernes Santo.

—¡No vayas a bañarte a la isla del Tuira que hoy es Viernes Santo! —le habían dicho los amigos a Ramón, el joven pescador.

Pero los amigos no sabían que Ramón tenía una razón poderosa para ir allá. Alguien le había hablado de una hermosa mujer, mitad humana y mitad pez, que peinaba sus cabellos con un peine de oro en las costas de la isla. Desde ese momento, el joven sólo soñó con encontrarla. Por eso, a la mañana del viernes se arrojó a las aguas correntosas y nadó con todas sus fuerzas.

Cuando llegó a la isla, se aferró de unos arbustos y puso pie en tierra, completamente agotado. Durante un rato se quedó tendido, tratando de descansar mientras miraba a su alrededor. Pero, cuando intentó incorporarse, las piernas no le respondieron. Algo muy extraño le sucedía. Un sueño pesado comenzó a invadirlo y, mientras se le cerraban los ojos, creyó ver que sus piernas se unían y se cubrían de escamas, hasta parecerse a la cola de un pez. Después se durmió y se hundió en un sueño acuático, lleno de algas y burbujas, entre las que nadaba una hermosísima sirena.

—¡No vayas a bañarte a la isla del Tuira que hoy es Viernes Santo! —le habían dicho los amigos a Ramón, el joven pescador.

Pero Ramón no les hizo caso y jamás regresó. Y, desde entonces, las abuelas cuentan que en algunos días de Cuaresma, y especialmente en Semana Santa, los que navegan cerca de la isla escuchan unas voces misteriosas. Dicen que son las del joven-pez y la mujer-sirena, enamorados para siempre. Pero, claro, nadie se anima a asegurarlo.

Leyenda panameña.
Versión de Graciela Pérez Aguilar.

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