sábado, 22 de octubre de 2011
El dragón de Cracovia
Cuentan los habitantes de Cracovia que, en tiempos muy antiguos, un feroz dragón vivía en las entrañas de la colina Wawel, a orillas del río Vístula. De noche, los aterrados campesinos se desvelaban con los rugidos que salían de su cueva. Y de día se turnaban en los campos para vigilar sus apariciones.
Pero todas las precauciones eran inútiles. De pronto, alguien escuchaba un aletear frenético y sentía el calor maloliente de un chorro de fuego. Y adiós ovejas, adiós vacas lecheras. O, lo que es muchísimo peor, un miembro de la familia desaparecía para siempre triturado por las fauces del depredador.
El rey Krak había enviado a sus mejores caballeros para matarlo pero ninguno lo había conseguido. Las espadas se doblaban como hojas de hierba antes de atravesar sus escamas. Las armaduras se deshacían como papel bajo sus dientes. Ni las lanzas ni las flechas, ni las teas encendidas ni las mazas de hierro le hacían el menor daño.
Desesperado, el soberano decidió ofrecer la mano de su hija a aquel que liberara al reino de la terrible amenaza. Pero ningún noble, comerciante, artesano o campesino se animó a aceptar la propuesta. O, mejor dicho, ninguno menos uno.
Skuba Dratewka era un humilde aprendiz de zapatero que todos los días se ocupaba de las tareas más modestas en el taller de su patrón. Remojaba cueros, enderezaba clavos y hablaba muy poco pero tenía dos buenas cualidades: coraje e imaginación. Sin decirle nada a nadie, consiguió un cuero de oveja y una buena cantidad de azufre. Con paciencia, rellenó el cuero con el azufre y lo cosió de tal manera que parecía realmente un animal en pie. Después, escondió la supuesta oveja al costado de un campo donde pacían muchas vacas. Skuba pensó que el dragón se tentaría y no se equivocó.
Una mañana, el pueblo volvió a temblar con los rugidos y los aleteos que conocían tan bien. El pequeño aprendiz soltó el martillo y los clavos, y voló como el viento hasta el campo donde el dragón se posaba como una nube negra. Ante la mirada de los espantados campesinos, sacó la oveja de su escondite y la arrojó a la boca del monstruo, que la atrapó en el aire y se la tragó en un instante.
Entonces -cuentan los habitantes de Cracovia- el azufre surtió efecto y le dio al dragón una sed tan espantosa que se arrojó al río Vístula. Allí tomó agua, agua y más agua. Tanta agua tomó que, al final, estalló en mil pedazos. Y así, Skuba Dratewka libró a la ciudad de su pesadilla.
Cuentan también que el rey Krak cumplió su promesa y casó a su hija con el aprendiz de zapatero que, a la muerte del soberano, gobernó con coraje e imaginación los destinos del pueblo.
Leyenda polaca.
Versión de Graciela Pérez Aguilar.
Foto: Estatua del dragón de Cracovia, Polonia, tomada de la página Polish your Polish
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